¿Te has preguntado alguna vez por qué hay lugares que, aunque visitamos con frecuencia, nos resultan tan extraños? Por ejemplo, el hospital. Es posible que lo hayamos visitado en numerosas ocasiones, incluso pasando horas, semanas o meses allí, pero cada vez que regresamos, experimentamos una sensación de extrañeza, miedo o desconocimiento. Muy pocos disfrutan yendo a un hospital por diversas razones: el miedo a la enfermedad, las agujas o la sangre. También puede ser porque no conocemos a nadie allí y no es un lugar al que vayamos a pasar un buen rato: pocas charlas, escasa variedad de oferta gastronómica o sin lugares para uno sentarse. Es como si fuera un lugar ajeno, un "no lugar".
Marc Augé, un antropólogo francés, introdujo el concepto de los "no lugares". Para comprenderlo mejor, comencemos por definir qué se considera un lugar. Según este académico, un "lugar" se refiere a un sitio con identidad relacional e histórica: es un espacio que encapsula la identidad de una región en un solo lugar. Ejemplos de esto podrían ser los parques, las alcaldías, los barrios o las urbanizaciones, que cumplen con esta característica. Ahora, ¿qué se consideraría por "no lugar"? En su libro “Los no lugares: espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad”, Augé define estos lugares como aquellos que carecen de una identidad cultural o histórica y que no generan un sentido de pertenencia en las personas que los utilizan.
La ampliación de este concepto se dice que ocurrió después del auge de la expansión de las ciudades. En ese momento, comenzamos a considerar la ciudad no en función del ciudadano y quienes transitamos las calles con nuestros cuerpos, sino en función del tráfico, de quienes van sobre sus vehículos. Aunque se podría pensar que cualquier punto de tráfico o convergencia sería un "no lugar", esto no es el caso. Por ejemplo, el cruce de Shibuya en Japón es famoso por ser la intersección más transitada del mundo. Se estima que alrededor de un millón de personas pasan por allí a diario, y hasta 3.000 personas pueden cruzarlo simultáneamente cada vez que el semáforo para peatones se pone en verde. Aunque es un espacio de tránsito y consumo, también posee una identidad cultural e histórica y genera un sentido de pertenencia para todos los japoneses. Es un punto de encuentro donde convergen historias.